Ayer se cumplieron 50 años de la muerte del que es por consenso general el más grande estadista de la historia de este país: sir Winston Churchill, que falleció a los 90 años el 24 de enero de 1965, sobre las 8 de la mañana, en su residencia de Hyde Park Gate aquí en Londres.
Winston Leonard Spencer-Churchill fue un político, estadista, oficial del ejército, periodista, escritor e historiador británico, y es principalmente conocido en el mundo como el Primer Ministro británico que lideró al país hacia la victoria contra la Alemania nazi en la II Guerra Mundial.
Nacido en una familia aristocrática -la de los Duques de Marlborough- Churchill comenzó su carrera como oficial del ejército, y después adquirió reconocimiento como corresponsal de guerra (durante la guerra de Sudáfrica). A continuación su carrera viró hacia la política, tuvo distintos puestos de relevancia en el gobierno (entre ellos, Ministro de Interior) y terminó siendo Primer Ministro en 1940, tras la renuncia de Neville Chamberlain.
Como Primer Ministro, en plena II Guerra Mundial, se negó a considerar la rendición o siquiera la negociación de un tratado de paz (a pesar de las presiones de miembros de su propio gobierno) en un momento en el que Gran Bretaña se mantuvo firme prácticamente en solitario frente al avance de Alemania. Esta actitud desafiante, unida a sus brillantes discursos, inspiró al pueblo a seguir adelante, consolidando así la resistencia británica en la II Guerra Mundial y ayudando a, finalmente, lograr la victoria y devolver la libertad al mundo.
Aparte de estas facetas ya mencionadas, Winston Churchill también fue un destacado y prolífico escritor. Escribió, entre otros, ‘Historia de los Pueblos de Habla Inglesa’ e ‘Historia de la II Guerra Mundial’, y es el único Primer Ministro británico galardonado con el premio Nobel de literatura (y uno de los pocos políticos del mundo en lograr este galardón).
A pesar de sus logros, Churchill no era una persona del gusto de todos. Él siempre decía lo que pensaba y era brutalmente honesto, y como resultado de ello podía resultar a veces bastante irreverente e incluso ofensivo, y para muchos tomó también algunas decisiones un tanto erráticas.
Lo que no puede negarse es que era un hombre increíblemente ingenioso, un brillante orador y un maestro de la lengua inglesa (a pesar de que tenía algunas dificultades para hablar – ceceaba, e incluso hay quien dice que al parecer era algo tartamudo). El presidente americano John F. Kennedy dijo de Churchill que “movilizaba la lengua inglesa y la enviaba a la batalla”. Algunos de sus discursos son famosos en todo el mundo y es una de las personas más citadas de la historia.
Churchill, como os contamos más arriba, murió en enero de 1965. La reina Isabel II le concedió el honor de un funeral de estado. La misa fue en la catedral de San Pablo aquí en Londres y fue enterrado en Oxfordshire. Su funeral logró una de las mayores reuniones de estadistas de la historia, y al parecer el mismo Churchill pidió en vida que el tren que iba a llevar sus restos mortales a Oxfordshire saliera desde la estación de Waterloo; los trenes hacia allí no suelen salir desde esa estación, pero el gran político quería asegurarse de que Charles de Gaulle -al que detestaba- fuera a Waterloo, para tener un recordatorio de la derrota francesa a manos de los ingleses en la batalla de Waterloo.